Al llamarnos Dios nos ofrece su gracia

1. Me llamó por su gracia (Gál. 1,15)

Ciertamente, lo primero que vincula Pablo en su vida a la obra de la gracia es el haber sido llamado por Cristo. Así lo manifiesta en la carta a los gálatas cuando trata de legitimar su actuación y su predicación del Evangelio frente a otros cristianos procedentes del judaísmo para quienes la observancia de la religión judía en su totalidad era necesaria para la existencia cristiana. Precisamente la predicación de Pablo se legitima por tener su origen en una actuación graciosa de Dios, es decir regalada a quien era perseguidor de los cristianos.
Cualquiera que fuera la experiencia en el camino de Damasco, Pablo ha visto ahí una actuación de Dios inesperada y gratuita, que "le derribó" (cf. Hech. 9,4) y que cambió su vida.
La primera carta a Timoteo, (1,12-14), no escrita ya por el propio Pablo pero que recoge su tradición y se presenta bajo su nombre nos dice:
"Estoy agradecido al que me dio fuerzas, Cristo Jesús nuestro Señor, porque al ponerme en este ministerio, me consideró digno de confianza, a mi que primero fui blasfemo, perseguidor e insolente; pero fui objeto de su misericordia porque en mi incredulidad actué sin saber; pero ciertamente fue mucho mayor la gracia de nuestro Señor..." 
Llamada y misión o llamada para la misión son los dos conceptos principales que Pablo encuentra vinculados a la gracia en su experiencia personal. Y ambas realidades nacen de la salvación, que también es gracia, de Cristo.
La gracia es el don de Dios de donde nacen todos los demás. Son varios los pasajes en que Pablo se refiere a la actuación gratuita de Dios colocándole a su servicio (cf. Gál. 1,11 y sigs.).
En otro contexto distinto, cuando Pablo cura la herida abierta en su relación con la comunidad de Corinto, argumentará también en este sentido: 
"¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si realmente lo has recibido ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?" (2 Cor. 4,7).

2. La gracia de Dios que se me ha dado para vosotros (Ef. 3,2)

Bien claro lo dice Pablo:
"Pues en Cristo Jesús no tiene valor alguno ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que se muestra activa mediante la caridad" (Gál. 5,6).
De ahí que Pablo sienta la gracia vinculada a la misión. La gracia es un regalo de Dios pero no para nosotros solos. Es un regalo para ser regalado.
La actuación de Jesús respecto a nosotros es modelo de nuestro comportamiento respecto a los demás. Así entiende Pablo su misión. Primero, la misión de Pablo es un regalo de Dios:
"por medio de Jesucristo nuestro Señor recibimos la gracia del apostolado para predicar la obediencia de la fe, a gloria de su nombre, a todos los gentiles..." (Rm 1,5); 
"A mí, el más insignificante de todos los santos, se me concedió esta gracia: predicar a los gentiles el Evangelio de las riquezas insondables de Cristo" (Ef. 3,8).
Aunque es verdad que Pablo utiliza siempre el término gracia en singular, nunca en plural, sin embargo, también es cierto que la gracia recibida es pluriforme. Por tanto, podemos hablar no sólo de regalo de Dios sino también de regalos que se nos conceden con la gracia fontal de haber sido hechos hijos: 
"Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos concedió..." (Rm 12,6).
Y esto Pablo no sólo lo expone en teoría sino que se lo aplica a si mismo en un momento en que podría entrar en competencia apostólica con otros, como nos atestigua su critica a las divisiones surgidas en la Iglesia de Corinto: 
"Querría que todos los hombres fueran como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno de una forma y otro de otra" (1 Cor. 7,7).

3. Te basta mi gracia (2 Cor. 12,9).

La gracia de Dios, sea cual sea el don, basta y sobra al hombre para llevarle a su realización porque con la gracia se nos regala también todo lo demás (cf Rom. 8,32).
Pablo aprendió desde su primer encuentro con Cristo en el camino de Damasco a reconocer el poder de Dios y de su gracia en la capacidad de ésta para transformar al hombre como él experimentó. Luego fue percibiendo su fuerza en la efectividad de sus correrías apostólicas: 
"La gracia que se me dio no fue ineficaz; al contrario, trabajé más que todos (los demás apóstoles); no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo" (1 Cor. 15,10).
Quien se experimenta querido por Dios, abrazado por su gracia no necesita ya ninguna otra cosa.

4. "Quería ir primero a vosotros para que obtuvierais una segunda gracia" (2 Cor. 1,5).

Una visita de Pablo, hechura él mismo de la gracia ha de ser también una ocasión de gracia para los demás cristianos. Y es que, como decía más arriba, la gracia no se nos ha regalado para nosotros solos. Toda gracia concedida a un cristiano es gracia para la Iglesia entera.
En resumen, me parece que, según lo que hemos aprendido de Pablo, experimentar la gracia significa pasar del miedo a la responsabilidad. Quien no sabe lo que es la gracia tiene miedo de no "merecer" una palabra aprobatoria de Dios y eso, con frecuencia, le lleva a enterrar su talento haciendo un hoyo en el suelo para poder devolverlo cuando se lo reclamen. Haber experimentado la gracia es sentirse libres para colaborar a que la gracia se multiplique.
"Para la libertad os liberó Cristo" (Gál. 5,1). 
En la parábola de los talentos (cf.  Mt 25, 14-30) no aparece ningún siervo que empiece a negociar con su talento y lo pierda, mereciendo así la recriminación de su señor. No aparece porque negociar con el talento y perderlo es sencillamente imposible.

J.R. Busto Saiz