¿Cómo sanar mi forma de amar?


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-Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.

-Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19).

-Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".


CATECISMO DE LA IFGLESIA CATÓLICA


-En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto" (Gn 3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gn 3,19), constituyen también remedios que limitan los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí.

-Jesús,  viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios.

(CIC 1606-1615)

Reflexión:
-Al intentar acompañar a las parejas que conviven sin casarse no se puede apuntar simplemente a "regularizar la situación": ¡el matrimonio está para muchísimo más que eso!

-Ante tantos que se casan por Iglesia para no volver a pisarla hasta el día del bautismo de su primer hijo debemos preguntarnos si no apuntamos muy bajo. Porque o el matrimonio es buscado dentro de un proyecto de santidad de ambos novios o es un sacrilegio: ¡Un varón y una mujer no deben pretender casarse para seguir como antes! 

-Como vimos en el texto del Catecismo, el proyecto de Dios es inmensamente mayor: Jesús vino a hacer del matrimonio un testimonio profético del amor que tiene por su Iglesia: Querer menos que eso es en realidad no querer el matrimonio, sino como dijo el Papa Francisco "un escarapela" para poder comulgar. No querer amar como Cristo ama, sufre y se sacrifica por la santidad de su Iglesia, es no querer la salvación de quien se dice amar.

-Apuntemos a lo que Dios quiere: matrimonios santos.