Cuaresma: La primacía de la caridad

El que es aficionado al ayuno se tendrá por muy devoto si puede ayunar, aunque su corazón esté lleno de rencor, y (aunque no se atreverá, por sobriedad, a mojar su lengua en el vino y ni siquiera en el agua), no vacilará en sumergirla en la sangre del prójimo por la maledicencia y la calumnia. 

Otro creerá que es devoto porque reza una gran cantidad de oraciones todos los días, aunque después se desate su lengua en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas contra sus familiares y vecinos. 

Otro sacará con gran presteza la limosna de su bolsa para darla a los pobres, pero no sabrá sacar dulzura de su corazón para perdonar a sus enemigos. 

Otro perdonará a sus enemigos, pero no pagará sus deudas, si no le obliga a ello, a viva fuerza, la justicia. 

Todos estos son tenidos vulgarmente por devotos y, no obstante, no lo son en manera alguna. 

La gente de Saúl buscaba a David en su casa; Micol metió una estatua en la cama, la cubrió con las vestiduras de David y les hizo creer que era el mismo David que yacía enfermo. Así muchas personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son más que estatuas y apariencias de devoción. 

La viva y verdadera devoción, presupone el amor de Dios; pero no un amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad; cuando nos da fuerza para obrar bien, se llama caridad; pero, cuando llega a un tal grado de perfección, que no sólo nos hace obrar bien, sino además, con cuidado, frecuencia y prontitud, entonces se llama devoción. 
(San Francisco de Sales)



La tradición cristiana y más aún la tradición monástica ha practicado el ayuno, pero todos los autores espirituales, incluso los más austeros han recordado la primacía de la caridad, siguiendo a san Pablo (1 Co 13). 

Para edificar la casa espiritual no es suficiente el ayuno: 
"Que nadie se confíe en la sola temperancia, os lo pido, porque no es posible edificar con una sola piedra, ni construir la casa con un solo ladrillo" (EVAGRIO, Liber gnosticus 109, edit. Frankenberg). 

Más que el ayuno y la vigilia se recomienda la oración: 
«No se nos prescribe trabajar, velar y ayunar constantemente, mientras que para nosotros es una ley "orar sin cesar" (EVAGRIO, Tratado práctico 49). 
El ayuno no es nada, la vigila no es nada, todo esfuerzo no es nada si está ausente la caridad (Apotegma XVII, 31). 
Hermanos muy queridos, nadie puede dispensarse nunca de amar a su enemigos. Pueden decirme: yo no puedo ayunar, yo no puedo rezar durante la noche. ¿Alguien puede decirme: yo no puedo amar? Pueden decir. no puedo dar todos mis bienes a los pobres y servir a Dios en un monasterio. pero no pueden decir yo no puedo amar. (San CESÁREO de ARLÉS, Sermón CCXXIII, 3). 

Es mejor comer carne que devorar a los hermanos, repiten los grandes monjes del desierto. 
Está bien comer carne y beber vino y no comer por medio de malas palabras la carne de sus hermanos (Apothegmata Patrum, P.G. 65/429 C). 
No me digas, hijo mío, que has pasado treinta años sin comer carne, sino dime la verdad, te lo suplico, hijo mío: ¿cuántos días has pasado sin hablar mal de tu hermano, sin juzgar a tu prójimo y sin dejar salir de tus labios una palabra inútil? (Apotegmas) 
Está bien comer carne y beber vino y no comer por medio de maledicencias la carne de los hermanos (HYPERECHIUS, ad monachos adhortatio, nº 144; P.G. 79/1488 B). 
Más valdría abstenerse de los alimentos del alma que están prohibidos, que privar a nuestro cuerpo de manjares confiados a nuestro libre uso y de por sí inofensivos. Aquí, en efecto, tenemos un empleo muy simple e inocente de la creatura de Dios; allá comenzamos por devorar a nuestros hermanos (CASIANO, Conferencia V, XXII). 
Unos hermanos preguntaron al abad Poemen acerca de un monje que ayunaba completamente seis días por semana, pero que era sumamente irascible: ¿cómo podía ser todavía esclavo de ese defecto? El anciano respondió: Quien ha llegado a ayunar seis días y no a vencer la cólera, habría hecho mejor en poner más celo en una hazaña menor (R.P. Placide DESEILLE, Evangile au désert, nº 19 y 17, p. 115-116). 

Un diálogo entre un solitario y el demonio se relata de manera un poco diferente según las tradiciones, pero la lección que se desprende de él siempre es la misma: la victoria sobre el demonio se obtiene no por el ayuno y las vigilias porque es imbatible en esos puntos, sino por la humildad: Ni la ascesis, ni las vigilias, ni cualquier otro trabajo salvan, sino la verdadera humildad. 
Había en efecto, un anacoreta que expulsaba los demonios, y les preguntó: "¿Qué es lo que los hace salir? ¿Es el ayuno?" Ellos le respondieron: "Nosotros no comemos ni bebemos" "¿Son las vigilias?" Respondieron "Nosotros no dormimos" "¿Es el alejamiento del mundo?" Y dijeron: "Nada puede vencemos sino la humildad» (Apotegmas, P.G. 65/204 A). 
Satanás dijo un día a san Macario: "Tú ayunas algunas veces; yo nunca como. Tú velas algunas veces, yo nunca duermo. No hay más que una cosa en la que confieso que me superas: es tu humildad".