¿Cómo se puede reconocer la llamada de Dios?

¿Cómo se puede reconocer la llamada de Dios? ‎

Es importante aprender a vivir momentos de silencio interior en las propias jornadas ‎para ser capaces de escuchar la voz del Señor. 

Si uno aprende a escuchar esta voz y a ‎seguirla con generosidad, no tiene miedo de nada, sabe y percibe que Dios está con él, ‎con ella, que es Amigo, Padre y Hermano. 
En una palabra: el secreto de la vocación está ‎en la relación con Dios, en la oración que crece justamente en el silencio interior, en la ‎capacidad de escuchar que Dios está cerca. 
Y esto es verdad tanto antes de la elección, o ‎sea, en el momento de decidir y partir, como después, si se quiere ser fiel y perseverar ‎en el camino. ‎

La verdadera oración no es en absoluto ajena a la realidad.
Al contrario: el diálogo con Dios es garantía de verdad, de verdad con uno mismo y con ‎los demás, y así de libertad. 


Estar con Dios, escuchar su Palabra, en el Evangelio, en la ‎liturgia de la Iglesia, defiende de los desaciertos del orgullo y de la presunción, de las ‎modas y de los conformismos, y da la fuerza para ser auténticamente libres, también de ‎ciertas tentaciones disfrazadas de cosas buenas. ‎

‎¿Cómo podemos estar «en» el mundo sin ser «del» mundo? ‎

Precisamente gracias a la oración, al contacto personal con Dios. No se trata de ‎multiplicar las palabras —lo decía Jesús—, sino de estar en presencia de Dios, haciendo ‎propias, en la mente y en el corazón, las expresiones del «Padre Nuestro», que abraza ‎todos los problemas de nuestra vida, o bien adorando la Eucaristía, meditando el ‎Evangelio en nuestra habitación o participando con recogimiento en la liturgia. 

Todo ‎esto no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ‎ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los ‎condicionamientos del momento. ‎

La fe y la oración no resuelven los problemas, pero permiten afrontarlos con nueva luz y ‎fuerza, de manera digna del hombre, y también de un modo más sereno y eficaz. ‎
Si contemplamos la historia de la Iglesia, veremos que es rica en figuras de santos y ‎beatos que, precisamente partiendo de un diálogo intenso y constante con Dios, ‎iluminados por la fe, supieron hallar soluciones creativas, siempre nuevas, para dar ‎respuesta a necesidades humanas concretas en todos los siglos: la salud, la educación, el ‎trabajo, etcétera. Su audacia estaba animada por el Espíritu Santo y por un amor fuerte y ‎generoso a los hermanos, especialmente los más débiles y desfavorecidos. ‎

¡He aquí otro signo distintivo del cristiano: jamás es individualista!
En las experiencias ‎aprobadas por la Iglesia, la vida solitaria de oración y de penitencia está siempre al ‎servicio de la comunidad, se abre a los demás, nunca se contrapone a las necesidades de ‎la comunidad.

(encuentro con los jóvenes: benedicto xvi. 4 de julio de 2010‎)